Saturday, January 14, 2012

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Sus días se combustionaban al contacto del oxígeno atmosférico a una velocidad de vértigo. Apenas amanecía, sin saber cómo, el tiempo echaba a correr y se transformaba la mañana en tarde y, luego, en noche, sin apenas llegar a apercibirse de ello. Se levantaba del exiguo catre con la luzazul del alba, cuando se daba cuenta, el desayuno se había transformado en almuerzo, cuando se se sentaba a la mesa a trabajar ya había atardecido y el sueño le atenazaba y el catre aún deshecho le llamaba de nuevo al cobijo del abrazo morféico de la noche eterna, sin Vía Láctea ni estrella polar.

Su soledad devoraba su tiempo de una manera ávida y feroz, no dejándole a él más que las migajas de un tiempo volátil y fútil que iba y venía y que parecían pertenecer algún otro, pero no a él. Su tiempo ya no era suyo. Su alma ya no era suya. Ella ya no era suya. Aquellas piernas se habían marchado llevándose consigo al tiempo, al alma y a la mujer. Aquellas piernas metidas en medias de cristal, cabalgantes sobre un par de zapatos de ante verde billar. Aquellas piernas se había llevado a la mujer que había amado, llevándose consigo, además, su tiempo y su alma y dejándole tan solo una vida que vivir, pero sin nada por lo que hacerlo.


La imagen es un detalle de la tabla de la derecha del tríptico de Hyeronimus Bosch titulado El jardín de las delicias, archiconocido por todos. He regresado, aunque no todo lo creativamente que habría de desearse. Se prometen nuevos microrrelatos.


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Hedonista de veintitantos por Ana Ávila se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 Unported.